Y sí, al final nos fuimos andando a través de las dehesas, observando con precaución a cerdos y vacas, atravesando riachuelos, descansando a las sombra de las encinas y después de dos horas de marcha, con un sol justiciero, llegamos a la impresionante ciudad de Mulva. Vimos con claridad su antigua disposición entendida mejor con los alzados que llevábamos. Una vuelta ya exhaustos, una parada gastronomica encantadora y al final no nos díó tiempo a ver la arquitectura industrial del pueblo. Tendremos que volver.
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